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lunes, 17 de mayo de 2010

FRATERNIDAD CLARISFRANCISCANA

EL ESPIRITU SANTO Y LA FRATERNIDAD


Comenzaré con varias preguntas: ¿Cuál es la situación actual de las fraternidades franciscanas? ¿Caminan de acuerdo al Espíritu del Señor o cada quien se rige por el espíritu del mundo? ¿Permanecen fieles a la Regla de San Francisco?

El ideal de Francisco no ha cambiado, pero sí los tiempos y las costumbres, pues el mundo de hoy ofrece comodidades y placeres que no llenan el corazón y se queda vacío de Dios. A veces estas cosas mundanas han invadido nuestras fraternidades, ya sea a la primera, segunda o tercera orden, fundadas todas por el Seráfico Padre San Francisco, haciendo que los hermanos sean más individualistas y se preocupen poco por formar su espíritu, incluso, son causa de discordia entre ellos.

El Espíritu Santo une, transforma e inflama los corazones de los hermanos para que amen a Dios y entre ellos mismos, y donde hay amor, hay fraternidad, y ahora hay casos en que están divididas por el “espíritu de la carne” como llama Francisco, o sea, las envidias, las discordias, la falta de caridad, y tanta cosa negativa que las destruye, perdiendo la esencia que se nos ha legado: la fraternidad.

El Espíritu Santo nos hace Iglesia, nos une al Cuerpo místico de Cristo, y ahí donde hay amor, reina el Señor, porque los hermanos se dejan llevar por la voz suave que penetra en sus corazones y lo dejan guiar por el camino de las buenas obras, las que nos conducen al Señor.
Pero si el hermano vive de acuerdo al “espíritu de la carne”, no puede entrar el Espíritu Santo y lo que causa es que con sus malas actitudes contagien a los demás y se convierta en plaga que infecte a la fraternidad. Es necesario que intervenga el Espíritu del Amor para que vuelva la paz y la concordia entre los hermanos. Porque duele ver, por ejemplo, cómo hay hermanos que ya no asisten a las reuniones o a los momentos de oración porque no quieren ver al otro “que les cae mal”, porque no les gusta cómo dan la plática o porque no les “cae bien tampoco el ministro”, aferrándose mejor a su orgullo que ciega su corazón. Cada hermano es indispensable en la fraternidad, y si falta uno, faltaría el pilar que la sostiene, pero si ese pilar está quebrado, no aguanta y se cae, y entonces la fraternidad tambalea y si todos están “quebrados”, corre el peligro de caerse todo el techo.

Es necesaria y urgente la presencia del Espíritu renovador, para que sane todas esas heridas que quiebran a nuestras fraternidades, e invitar a todos los ausentes a que regresen y se reconcilien primero con ellos mismos y luego con los demás.

El Espíritu Santo, quien es nuestro Ministro general, nos exhorta a cambiar y a ser mejores, que seamos fieles a la Regla que nos ha dado Francisco, es decir, que vivamos el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, porque es el único medio que nos ayuda a seguir por el camino de salvación, cumpliendo con nuestra misión de amar y llevar el amor, para que de esta forma fortalezcamos a nuestras respectivas fraternidades (de las 3 órdenes franciscanas) a través de nuestro ejemplo de humildad, obediencia y caridad.

 

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